esamparats Martí tenía un buen empleo cuando decidió cerrar página y empezar una nueva vida. Desde cero. En el campo. Hace año y medio decidió cambiar por la azada la recepción de Radiología de un hospital privado de Valencia. «Mi trabajo me gustaba mucho pero las cosas que le rodeaban terminaron saturándome», confiesa esta mujer de 40 años, que ahora cultiva verduras y hortalizas ecológicas en un sector dominado por hombres.
Como Desamparats, son muchos los que han emprendido el mismo camino. Según los datos de la Conselleria de Economía, la superficie destinada a agricultura ecológica ha incrementado en un 19,8% su superficie en dos años, en parte por la incorporación de nuevos profesionales a este negocio, que ofrece mayor rentabilidad que el convencional. Son 167 los nuevos productores que han engrosado las estadísticas en este mismo periodo.
Para Desamparats, el campo no es un medio desconocido. Todo lo contrario. Se crió en la huerta de Alboraya, junto a su padre, Vicent Martí, uno de los pioneros de la agricultura ecológica en España (fue distinguido en 2006 con el Premio Nacional), que acaparó titulares hace dos años por afear la supuesta falta de ética de los empresarios en un acto de Mònica Oltra. Desamparats y Vicent son ahora el motor de esta microempresa. Porque además de producir, comercializan su propia cosecha, siempre de temporada, en cajitas de distintos tamaños. Alrededor de un centenar a cada semana.
Con la venta directa eliminan los intermediarios y mejoran los márgenes, lo que les permite también competir en precio. Desamparats quiere romper así el axioma de que el producto ecológico es siempre más caro que el convencional. «Te aseguro que mis hortalizas son más baratas que las de la tienda de la esquina», asegura mientras recoge tomates maduros de su huerto. «Al final, aquí también se aplica la ley de la oferta de la demanda», explica José Antonio Rico, presidente del Comité de Agricultura Ecológica (CAECV) y productor de uva de mesa del Vinalopó. Desde Europa, los pedidos no dejan de crecer, lo que puede llegar a elevar los precios entre un 15 o un 20%.
«Cuando el cliente maneja información, está dispuesto a pagar algo más, por ejemplo, por una variedad de tomate ecológica que produce menos kilos pero que es muy sabrosa», apunta Rico. Pero para ello el agricultor también ha de contribuir a su formación. Sólo así es posible detener la espiral que lleva a ofrecer de todo tipo de fruta y verdura durante los 365 días del año. Sea o no su periodo natural.
Si el negocio ecológico resulta cada vez más atractivo para el hortelano de regadío, se convierte en casi una obligación para el agricultor de secano, que con las ayudas comunitarias asociadas logra ser más competitivo y elevar mínimamente sus beneficios. «Al final se trata de plantar cultivos adaptados al terreno, como la vid, el olivo o la almendra, que son los que menos necesidades externas requieren».
Según el presidente de CAECV, el salto al cultivo ecológico es más común entre los agricultores independientes, aquellos que no pertenecen a una cooperativa, si bien cada vez son más las entidades colectivas que se suman a este tipo de proyectos.
Desde su sede central en Carlet, CAECV es la encargada de controlar que no se vendan productos cultivados de forma convencional como ecológicos. Su presidente asegura que el fraude es muy bajo, aunque 27 profesionales de esta organización trabajan codo con codo con los técnicos de la Administración para controlar que todos los eslabones de la cadena cumplen con los requisitos establecidos por Bruselas. Desde productores a puntos de venta, pasando por almacenistas y distribuidores. «Los agricultores ecológicos pagamos más de un millón de euros para demostrar que lo somos», concluye José Antonio Rico, quien agradece al Consell que, por primera vez, haya bonificado al 70% este importe.
La apuesta de la Generalitat por la agricultura ecológica coincide con una tendencia healthy que parece haber arraigado en buena parte del planeta. ¿Se trata de una moda pasajera? Según Desamparats, la mayoría de sus clientes son fieles que encargan sus cajitas de hortalizas desde hace años, aunque no oculta los vaivenes que ha sufrido el negocio. «Antes de la crisis, mi padre vendía alrededor de 400 cajas a la semana y ahora estamos en 100», confiesa. Lejos de ceder al desaliento, está orgullosa de su trabajo: «Mi hija sabe ahora de dónde vienen las verduras».
Fuente: El mundo, Comunidad Valenciana